Hace unos años trabajé en algunas empresas como consultor y coach, pero después de 4 años, lo dejé. Y me dije, nunca más.
Acabe cansado de problemas de convivencia empresarial, egos, personas poco motivadas, organizaciones y planificaciones pésimas, trabajos mal diseñados o metodologías caóticas y sobre todo una extrema carencia de comunicación eficaz. En la gran mayoría de casos era como tener que luchar para que los trabajadores hicieran alguna mejora: se resistían a realizarlas.
A esto había que sumarle, muchas veces, la sobrecarga de trabajo y las prisas. El resultado de todo esto era el estrés y sus consecuencias. De hecho, este era unos de los problemas principales: “si no tengo tiempo para acabar mi trabajo como voy a prestar atención a hacer otra cosa más o pensar en cambios”.
Recuerdo unas de las primeras empresas con las que contacte en esa época. Le interesó sobre todo el curso que había confeccionado de liderazgo sostenible, un taller práctico que había confeccionado básicamente a través de la experiencia de las consultas socio-profesionales que llevaba ya 9 años realizando y que hasta ahora solo estaba abierto para personas que venían a consulta individual.
El problema surgió cuando empecé a ponerme al día sobre cómo trabajaba la empresa en cuestión. Había muchas cosas que no me gustaron: padecían un estrés frenético, apenas tenían fines de semanas libres ya que solían viajar por todo el mundo. La vida laboral de un trabajador en esta empresa era de 4 o 5 años. Cómo iba a impartir un curso de liderazgo cuando era prioritario que se cuestionaran cosas más relevantes.
En lugar de ‘contra más, mejor’, hay que centrarse en “mejor, es más”. Hay que gestionar el tiempo de forma eficaz, hay que saber priorizar y centrarse en lo que toca en cada momento. Hacer muchas cosas, pero ejecutadas de forma poco eficiente o improductiva, no tiene sentido y no conduce a ningún lugar. No se trata de la cantidad sino de la calidad con la que se realiza una tarea. Un estilo de ejecutivo que he conocido (muy habitual) es ese profesional que lleva muchas cosas a la vez las cuales ni puede llevar a término, repitiendo una y otra vez las mismas carencias y problemas. Es mucho más recomendable hacer menos cosas y tratar de ser mejor haciéndolas.
Es demencial el ritmo frenético que se está generando en las empresas. Antiguamente todos pensábamos que con la llegada de las nuevas tecnologías trabajaríamos menos horas e iríamos más relajados. Actualmente con Internet podemos conseguir la información que antiguamente nos podía costar una semana, en varias horas. También tenemos programas informáticos qué nos permiten gestionar la información de forma mucho más rápida. O máquinas automatizadas que nos quitan gran cantidad de trabajo. ¿Y que se ha hecho? Pues aumentar el ritmo, hacerlo las cosas aún más rápido. Producir, mas, más y más y potenciar el consumismo mientras el planeta tierra se convierte en un vertedero. ¿Resultado?
Las personas, son cada vez más infelices.
He hablado con muchos empresarios, jefes de equipo y trabajadores y la inmensa mayoría me han dicho que no están a gusto con esta forma de trabajar, pero es como si se encontraren en una sugestión colectiva de la que les resulta imposible salir.
Y la guinda del pastel la pone la nueva cultura manipulativa de bienestar emocional corporativo que están adoptando, sobre todo, las grandes empresas: charlas motivacionales, desarrollo del potencial humano, bienestar emocional, mindfulness corporativo, pensamiento positivo, etc.
Todo ello con el objetivo de combatir la epidemia de desmotivación, ansiedad y estrés laboral, que las propias empresas están generando.
Sobre este tema he de decir, desde mi experiencia personal-profesional, que no comparto la intención, la forma y la superficialidad con la que esto se está realizando, en general.
Por otro lado, es curioso que, en estos programas de bienestar corporativo, nunca se hace referencia a temas como la mala gestión empresarial, la sobrecarga de trabajo, los plazos de entrega casi imposible de cumplir, las continuas rotaciones de plantillas, metodologías de trabajo obsoletas, etc. No sé el mensaje concreto que se quiere transmitir a los empleados con este tipo de acciones, pero al parecer se les está diciendo que son ellos los únicos responsables de su estado o comportamiento en el trabajo sin valorar las condiciones en las que trabajan.
Nunca habrá suficientes charlas de motivación, pensamiento positivo, o sesiones de mindfulness, para intentar domesticarnos hacia una cultura de estrés, presión y agotamiento.
Evidentemente todo el mundo quiere un buen rendimiento empresarial, pero esto debe ser el resultado de unas condiciones laborales óptimas incluida una jornada laboral razonable. Y por supuesto, aplicar metodologías eficaces que faciliten la optimización de los recursos personales y técnicos. Puedo entender que en una empresa haya semanas que vayas un poco agobiado o con cierta presión derivada de una carga de trabajo puntual, pero esto se compensa con otras semanas en las que vas más relajado. Si el leitmotiv de una empresa es “más, más, más y cuanto más mejor a cualquier precio”, siempre saturados de trabajo y bajo estrés continuo. Esta no es una forma ética, responsable, ni humana de hacerlo. Y, además, poco sostenible.
Una última reflexión para terminar:
¿Por qué los empleados que se quejan y no se sienten a gusto en su actual empresa no buscan otro horizonte profesional más afín a sus intereses y expectativas?
En esos años hice una pequeña investigación sobre esta cuestión y elegí a personas con una edad entre 33 y 43 años, a los que hice esa pregunta. Simplemente cuando tenía oportunidad en un curso, taller o reunión planteaba la pregunta.
Este sesgo de edad lo hice para evitar que cayeran en la excusa de la edad. Y con esto, no quiero decir que personas de más de 50 años o incluso de más de 60 puedan reorientar su trayectoria profesional o plantearse cambios positivos. Elegí esta edad también porque, en teoría, es la edad en que la persona se encuentra más fuerte a nivel profesional, siendo joven, pero al mismo tiempo con experiencia.
Las respuestas coincidieron en su gran mayoría:
Es que la vida está muy mal, ahora no es un buen momento, o excusas similares. Incluso algunos finalmente reculaban y alegaban que en realidad no estaban tan mal. En el fondo de estas vacuas excusas, observé falta de autoestima, de confianza, miedos y emociones que los tenían atrapados.
La amarga realidad es que este tipo de profesionales está en sintonía con las empresas en las que permanecen. Es decir, los abusones atraen a víctimas y las víctimas atraen a abusones, unos sin los otros no pueden existir. Así que, usando la frase de la película de Robin Hood de Ridley Scott, “Hasta que los corderos se vuelvan leones”, esta situación se perpetuará.
Tras todo lo comentado mi postura es no trabajar con empresas que anteponen los beneficios a las personas, ni tampoco con personas que no se comprometen con su mejora y desarrollo personal.
Podemos cambiar y mejorar la empresa, podemos cambiar y mejorar el mundo, pero para lograrlo, el primer requisito es cambiar y mejorarnos a nosotros mismos.
Jose Miguel Navarro – Coach personal y empresarial